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El Cardenal y el
pederasta: impunidad total
El lenguaje político esta
diseñado para hacer que las mentiras suenen verosímiles.
George Orwell
Hasta donde tengo
conocimiento, en México no ha habido un solo reporte documentado ante las
autoridades civiles o eclesiásticas de algún sacerdote pederasta.
Cardenal Norberto Rivera
Carrera
Arzobispo Primado de la Ciudad de México.
Julio
de 2002, entrevista a la revista 30 Giorni.
En octubre de 1994, Joaquín,
un niño de 13 años, fue violado salvajemente por el sacerdote diocesano Nicolás
Aguilar Rivera, vicario de la parroquia de San Antonio de las Huertas, en la
Ciudad de México. El crimen ocurrió en la rectoría del templo. Mientras lo
violaba, sólo unos metros afuera, el cura titular, Antonio Núñez, oficiaba
misa.
Joaquín no podía saberlo.
Para entonces, el padre Nicolás, llevaba al menos 86 victimas, 60 reconocidos
por autoridades católicas de Puebla en 1997, y 26 más que reportó el
Departamento de Policía de Los Ángeles, California, nueve años antes, en 1988.
Al padre Nicolás se le abrieron dos procesos penales, uno en cada país por los
ilícitos. No pisó nunca la cárcel. Incardinado en la Diócesis de Tehuacán, su
obispo en aquellas fechas era Norberto Rivera. De acuerdo con nuevos documentos
oficiales de la Iglesia a los cuales hasta hace poco no se podía acceder, el
ahora cardenal y arzobispo primado de la Ciudad de México, Norberto Rivera
Carrera, siempre estuvo al tanto de dónde estaba su sacerdote pederasta. Nadie
más le podía otorgar los permisos para oficiar en las distintas parroquias
católicas a las que se le promocionó como vicario durante 20 años. El padre Nicolás sigue oficiando como
sacerdote y en contacto con menores de edad.
El caso del religioso con
más víctimas sexuales en la historia mexicana fue el del sacerdote Gaspar de Villarias, que se
remonta al siglo XVII. De acuerdo con documentos del Archivo General de la
Nación y del Tribunal del Santo Oficio, entre 1610 y 1620, Villarias utilizó su
posición de presbítero y el secreto de confesión para abusar de más de 90
mujeres católicas de todos los estratos socioeconómicos. Se puede decir que fue
el caso más notable de la época colonial, cuya repercusión llegó hasta Roma.
Hoy, el padre Nicolás
Aguilar Rivera ha rebasado —en número y sordidez— ese récord de
ignominia, al violar, ultrajar y explotar sexualmente a alrededor de cien
niños, también al amparo de su puesto y utilizando lo mismo el espacio de
hogares católicos que le abrieron las puertas, que templos y edificios parroquiales.
Gaspar de Villarias
explotaba con su estatus de sacerdote el secreto de confesión para obtener
favores sexuales de las mujeres. Técnicamente, se conocía a esa clase de infractores como curas
solicitantes. De acuerdo con documentos del Archivo General de la Nación, la
Iglesia Católica suspendió de sus funciones a Villarias debido a varias
denuncias y decidió llevarlo a un
juicio eclesiástico en 1620. Por
su parte, según se ha constatado en nuevas investigaciones y documentos
legales, el sacerdote Nicolás Aguilar ha cometido actos de pederastia con niños
de entre ocho y 13 años, a lo largo de dos décadas. No ha tenido sanción alguna
por parte de la jerarquía católica. Ha seguido oficiando misas y continúa
teniendo contacto con menores indefensos en el estado de Puebla.
Cinco años enteros duró el
juicio contra el padre Gaspar de Villarias. Durante ese tiempo, las mujeres
afectadas, algunas de Puebla, muchas de diócesis de la Ciudad de México,
relataron con detalle ante los oficiales del Tribunal lo que sucedía
indistintamente en las alcobas y en el mismo confesionario. Los curas
encargados de velar por el orden sacramental tomaban acuciosas notas, hacían
preguntas, cotejaban información. Testimonio de la seriedad con que tomó el
caso el Tribunal del Santo Oficio es que el expediente se conservó intacto, en
vez de esconderse, de modo que pasados casi 400 años, puede ser consultado. Estamos en deuda con el antropólogo
Marco Duarte, profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, por
rescatar este registro histórico y haber develado los entretelones del episodio
más bochornoso para la Iglesia mexicana en la Colonia, el cual, lejos de ser
eludido, negado o escondido, fue enfrentado, con sus muchas deficiencias y
sesgos, por la Iglesia.
Para Gaspar de Villarias no
existió la absoluta impunidad, pero lo cierto es que tampoco era protegido de
cardenal u obispo alguno, aunque sí pesaba su condición de jesuita. En 1625,
ante la abrumadora evidencia, el sacerdote confesó voluntariamente, con
detalles, fechas y sitios de los ilícitos. Fue hallado culpable. La sentencia
fue el destierro de su zona de operación. También fue privado de inmediato de
las condiciones que le permitían su modus operandi: jamás podía
volver a confesar o absolver a ningún católico. Fue suspendido por un largo
periodo de toda función sacerdotal y ordenada su reclusión por dos años, en un monasterio, a manera de cárcel.
Castigos de la época
colonial
El estudio histórico de
Marcos Duarte, sobre Villarias observa acertadamente que la mayoría de las
sanciones de la sentencia fueron penas administrativas, “sólo dos eran
físicas”, esto en referencia a la privación de su libertad por dos años.
También quedó registrada su confesión y la de sus “hijas espirituales”
seducidas. Para los estándares de
aquella época, en especial por haber utilizado en ocasiones el confesionario
mismo como lugar para la cópula u otros espacios del templo, las consecuencias,
nos recuerda Duarte, pudieron haber sido draconianas. El Tribunal del Santo
Oficio pudo haberlo entregado “al brazo secular” de la ley, como de hecho lo
hizo tantas veces con llamados heterodoxos, para enfrentar severas penas
civiles. Con todo, el paquete punitivo que recibió Villarias no pudo más que
redundar en la protección de otras fieles que serían las próximas víctimas.
Una sola de esas medidas
aplicadas al cura Nicolás Aguilar, al menos desde 1987, pudo haber evitado la
infamia contra más de cien menores. Su superior, entonces obispo de Tehuacán, Puebla, era Norberto Rivera y
decidió protegerlo. El resto es historia y Rivera está hoy en el ojo del
huracán por demandas ante la Corte Superior de Justicia de Los Ángeles,
California por haber protegido al sacerdote pederasta.
Es de todos sabido que el
clero mexicano no facilita que sus curas pederastas sean presentados ante los
tribunales civiles sino que cada vez que puede, los esconde de ellos. No toma
cuidadosas notas de las denuncias de sus feligreses que acusan haber sido
víctimas de abusos sexuales; les pide que guarden silencio, les da cita de
pasillo, con poca o ninguna formalidad o los canaliza con burócratas sin
capacidad de decisión. La Iglesia colonial, en cambio, tomaba la iniciativa
para indagar y llegar al fondo del problema en casos como el de Gaspar de
Villarias. Hoy, la jerarquía mexicana, no integra comisiones especiales para
investigar a fondo nada. Simplemente pide al feligrés silencio, y si hay algo
de ruido, cambia al cura pederasta de parroquia, sin dar aviso a los padres de
los niños para que cuando menos tomen precauciones.
En 1625, la Iglesia Católica
tenía mejor sistema de rendición de cuentas que el de hoy. Las penas impuestas
al padre De Villarias lo demuestran. El “destierro” lo ponía lejos de las
mujeres seducidas por el peso de su investidura. Vaya contraste con el del cura
protegido por el Cardenal Rivera. Nicolás Aguilar, opera impune en la misma
región donde en 1997, de acuerdo con un reporte, Teodoro Lima, vocero oficial
de la Diócesis de Tehuacán, confirmó el abuso sexual contra 60 menores en el
estado de Puebla.
Al clérigo del siglo XVII se
le impidió confesar y absolver de por vida, salvaguardando con eso, sí la
aducida santidad del sacramento de la penitencia, pero previniendo que hubiese
más mujeres afectadas. Y luego la reclusión de dos años de monasterio: una
consecuencia, al menos. ¿El padre Nicolás? Él no está impedido de nada. Un
reportaje de primera plana del diario El Mundo de Tehuacán, del 24 de
enero de 2007 lo ubica, sonriente, oficiando misas, interactuando con menores y
dando primeras comuniones.
De la heterosexualidad a
la pederastia
La Iglesia colonial, tenía,
según se desprende del juicio de Gaspar de Villarias, más respeto no sólo por
los símbolos que administraba, sino al menos por algunos de los derechos de los
creyentes. Aunque en ambos esta implícito el abuso de poder, no hay comparación
entre actos de violación infantil con los de seducción y manipulación de
mujeres adultas.
Las
autoridades religiosas de la época colonial veían con gravedad los casos de
sacerdotes que bajo el manto de los sacramentos y las sotanas daban rienda
suelta a sus instintos. Una
acuciosa investigación del doctor Jorge Rene Gonzáles Marmolejo, del INAH,
pone de relieve que el de Villarias no fue, de ninguna manera el único caso.
Documenta la existencia de más de 800 curas que solicitaban, acosaban
sexualmente o seducían a través de la confesión. Los
documentos en que se basa no proceden de maledicencia o conspiración
anticlerical alguna, son denuncias debidamente registradas por el arzobispado
de la ciudad de México en un periodo específico de la época colonial. Están
ahora en el Archivo General de la Nación.
¿En qué momento entre los
siglos XVII y XX pasa la institución de querer acotar un problema que ya era
rampante a la complicidad activa? ¿Por qué en la época colonial, tan cercana al oscurantista medioevo,
había más derechos para las víctimas de abusos (al menos podían hablar y se les
escuchaba; se removía y sancionaba a los sacerdotes)? Es difícil saberlo.
En algún
momento hubo lo que se llama un cambio de paradigma. De un clero “célibe” más
bien heterosexual (como lo muestra Masferrer en su análisis del documento Noticias
secretas de América, de 1748 ), en el cual
algunos abusan de su investidura, pero se mantienen por lo general al margen de
los menores, se pasa a miles de clérigos depredadores de niños que gozan de
todas las facilidades para delinquir. Mysterium iniquitatis. Con ese
término críptico, Juan Pablo II trató de explicar la existencia de curas
pederastas. La alusión cifrada proviene, en realidad, de un dicho paulino que
habla, en un contexto apocalíptico, de incomprensible anomia. Lo misterioso —piensan muchas
victimas católicas— es que el papa mismo nunca remedió el encubrimiento
institucional que provee amplios espacios de impunidad a pederastas ordenados.
Más impunidad que Succar
Kuri
En el mundo mediático
mexicano, el empresario Jean Succar Kuri es el emblema de la pederastia y el
abuso de poder. Se ha ganado a pulso ese lugar. Están documentadas alrededor de
25 agresiones sexuales a menores mayas en las que participó, y las redes
políticas y empresariales que lo protegieron han sido exhibidas. Nicolás
Aguilar, con cien niños ultrajados aun no es considerado, por alguna misteriosa
razón, el pederasta por antonomasia de México. Los medios, en general, apenas
le dan seguimiento a su carrera delictiva de vez en vez.
Elementos
noticiosos, los tiene. El número de víctimas sexuales; la forma, mucho más
violenta y dolosa que la del alevoso pederasta de Cancún, que ya es decir
mucho. También está el hecho de que lo encubre el arzobispo primado de México y
de que el poderoso cardenal de Los Ángeles, Roger Mahony, hizo lo mismo en su
momento, y, por supuesto, la novedad de que el hoy joven Joaquín Aguilar Méndez
haya demandado ante la Corte Superior de Los Ángeles al cardenal mexicano para
procurarse justicia. Mas son pocos los medios periodísticos que le dan
seguimiento más allá de la nota breve. ¿Quién ha visto en televisión un
reportaje especial sobre el pederasta más infame de la historia contemporánea,
el padre Nicolás Aguilar, un seguimiento o actualización documentada que
mantenga al tanto a la ciudadanía y a los fieles?
Dicen que si
Succar Kuri hubiese sido sacerdote, se hubiera ahorrado mucho del incómodo
escrutinio social y, quizás habría evadido la justicia. Bueno, hubiera
necesitado también estar apadrinado por un obispo influyente.
El pederasta de
Cancún tiene dinero: millones de dólares. Tiene también compadres de los que
pesan. Pero Succar Kuri está en la cárcel. Lleva rato ahí, en una o en otra. Sus atropellos a los derechos
infantiles han tenido ya algunas consecuencias para él. Es decir, su impunidad
tuvo límites. Nicolás Aguilar, con cien niños ultrajados en su carrera criminal
de dos décadas, no ha pisado nunca la cárcel, aunque sus delitos siempre fueron
secretos a voces. Igual que los de Succar.
Succar Kuri se
fugó de México y se refugió en Los Ángeles con la complicidad de sus compadres
políticos para evadir la acción de la justicia. Pero eventualmente fue
extraditado y recluido. Mas el padre Nicolás, como consigna la demanda del
abogado Jeff Anderson contra Rivera y el libro Manto púrpura de Sanjuana
Martínez, se fugó a México, desde Los Ángeles, en 1988. La justicia
californiana no pudo lograr su extradición por aquellos 26 niños que ultrajó.
Los periodistas Brooks
Egerton y Brendan M. Case documentaron en 2004 los notables esfuerzos de la
justicia estadounidense para llevarlo a encarar sus crímenes. Cartas al ex
presidente Vicente Fox de la congresista demócrata californiana Dianne
Feinstein, diplomacia, dialogo consular. Nada funcionó.
Cuando el padre
Aguilar enfrentó el proceso por los niños de la parroquia de San Nicolás
Tolentino, en Puebla, entre 1997 y 1998, nunca fue a prisión. Un reporte de
organismos civiles de derechos humanos ha revelado que el mismo juez penal que
instruía la causa le daba claves para escapar cuando las afligidas familias de
las víctimas, lograban, por fin, que se girara alguna orden de aprehensión.
Se
puede decir que la sotana de un vicario ha pesado más que los millones y los compadres políticos de Succar
Kuri. Gracias a un titánico
esfuerzo social que movilizó la opinión pública a todos niveles, las niñas
mayas no tienen que preocuparse—al menos por un tiempo—de que el
“tío Johnny” las viole o las filme desnudas en actos sexuales coercionados. Los
niños de Zoquitlán y la Sierra Negra, en Puebla, por la voluntad del cardenal
Norberto Rivera, no cuentan con esa garantía. Ahí oficia misa sin empacho el
otro pederasta más infame de la historia de México.
Rito de iniciación
El cardenal de Los Ángeles,
Roger Mahony, fiel a su tradición de también encubrir a sacerdotes paidófilos
tiene mucho que ver en esto. Su arquidiócesis colaboró, el 9 de enero de 1988
en la escapatoria de Nicolás Aguilar, cuando la policía angelina le pisaba los
talones. Como testimonial de ese habitus encubridor, la
Arquidiócesis de Los Ángeles tuvo que pagar recientemente casi 700 millones de
dólares como indemnización a 500 víctimas de sus curas pederastas. Como uno de
los indemnizados ha sido el joven Joaquín, se entiende que hay la aceptación
tacita de que Mahony fue corresponsable.
¿Qué fue a
hacer, en primer lugar, Nicolás, sacerdote de una pequeña parroquia pueblerina
a Los Ángeles? De acuerdo con un
reporte de la Policía Judicial que
recientemente salió a la luz pública, una noche de agosto de 1986, el cura fue
misteriosamente hallado inconciente y bañado en sangre en el piso de su
parroquia de Cuacnopalan, Puebla, luego de alojar a un muchachito en su alcoba.
Rodrigo Vera cubre la fuente religiosa para la revista Proceso desde hace 15
años. Sus reportajes e investigaciones se centran, entre otros temas, en la
dimensión política de la Iglesia Católica y los derechos humanos. En entrevista
con el autor de estas líneas, se remonta a los inicios del caso Aguilar.
—Estamos hablando de
1986, en ese entonces el padre Nicolás era un hombre fornido como de 46 años,
es improbable que un muchachito solo lo haya superado en fuerza, dejándolo
inconciente a golpes.
—¿Qué otra información se conoce al respecto?
—Además del reporte de
la Policía Judicial de Puebla, que dio a conocer la Corte Superior de Los
Ángeles, hay fuentes que dicen que ese día se presentaron varios “chamacos”. Es
más plausible que le hayan propinado entre todos la referida golpiza, tal vez
como represalia por algo o un problema entre ellos. Después fue que lo enviaron
a Los Ángeles.
—El termino chamaco es usado en
ese reporte de la Policía Judicial ¿Qué significa para al cardenal Rivera? Se
le ha oído mencionarlo cuando fue interrogado por el enviado de la Corte de Los
Ángeles que le tomó su declaración el 8 de agosto de 2007, en la Ciudad de
México.
—Ese fue un punto muy
álgido, crucial, diría yo. El cardenal Rivera contestó a esa pregunta de la
Corte diciendo que en México un chamaco puede ser alguien hasta de 40 años, de
cualquier edad, pues. El abogado defensor de Joaquín lo refutó, dejando en
claro que por lo común, “chamaco” se utiliza para referirse a menores.
El reporte judicial de
aquella golpiza a Nicolás Aguilar, del 8 de agosto de 1986, consigna
declaraciones de dos testigos de confianza del cura. En su declaración ante el
Ministerio Público aseguraron que antes de la agresión solían visitarlo
“chamacos” de diferentes comunidades de la zona y pasar la noche con él.
Hipólito Pérez Silva, ayudante de la parroquia, da los nombres de cada
comunidad poblana, incluida Tehuacán. Hipólito no abunda más, pero dice que las
visitas nocturnas las puede corroborar la empleada domestica de Aguilar. El
reporte recoge su declaración también y añade que el cura los alojaba en su
recámara. Incluso da
el nombre del misterioso visitante del día en que fue dejado inconciente a
golpes el padre Nicolás: Óscar Ramírez, de Teziutlán, Puebla. ¿Eran
aquellas visitas nocturnas los inicios de una carrera de pederastia? ¿Cómo
explicar la presencia tan asidua y de tantos menores de rancherías y
comunidades pobres alojándose en su alcoba personal, pasando las noches con él?
¿Qué provocó la golpiza que lo dejó ensangrentado en el piso? Con lo que se
conoce hoy del padre Nicolás, es difícil pensar que aquellas noches con los
chamacos se hayan limitado a leer el catecismo y al sano esparcimiento.
Hay graves
reportes acerca de que el sacerdote había cometido abusos sexuales desde mucho
tiempo antes de aquel día en que lo encontraron malherido. En el texto de la
demanda de Jeff Anderson contra Norberto Rivera y el cardenal Mahony, se citan,
en la sección de Antecedentes, dos
casos ocurridos a finales de los años 60. El seminarista Jorge Cadena reportó
dos ataques sexuales del padre Nicolás contra otros estudiantes.
En vez de tomar cartas en el asunto e investigar, el seminario expulsó a Cadena
y en cambio, Nicolás fue ordenado como sacerdote en la Diócesis de Tehuacan,
Puebla.
—¿ Se podría
pensar que aquella agresión fue una venganza?
—Es una
posibilidad, pero hay que hacer notar que el padre Nicolás nunca quiso que se
siguiera esa investigación. La Policía Judicial no contó con su declaración y
todo quedó en el misterio. Luego de la golpiza, su obispo lo manda a Los
Ángeles como sacerdote.
También es plausible que,
como dice el parte judicial, haya llegado un solo muchacho aquella noche. Sus
parientes pudieron haber llegado después a buscarlo y haber hallado al
sacerdote abusando de él. El móvil sería entonces una venganza por pederastia.
A pesar de las fuentes que
mencionan la posibilidad de una golpiza por parte de varios jovencitos, el
reporte judicial y dos testigos dicen textualmente que un solo muchacho se
presentó ese día a comer con el padre Nicolás y que luego lo alojó en su
recamara. El parte judicial curiosamente nunca inquiere a los testigos sobre un
posible móvil para la brutal golpiza. El reporte confirma la violencia con que el sacerdote fue agredido,
refiere textualmente manchas de sangre en el suelo y en la puerta de la casa parroquial, cristales rotos
y un objeto contundente en el piso, también ensangrentado. El rastro documental se detiene en eso,
dejando muchos huecos.
—¿Habrá
enviado la Iglesia el archivo completo de la Diócesis de Tehuacán al juez de
California que lo solicitó? Allí debió haber quedado alguna investigación sobre
una agresión tan grave al cura, algún testimonio del “chamaco” que estuvo todo
ese día con el padre Nicolás —dado que se sabía su nombre y
procedencia—; lo normal en un caso así.
—No creo
que completo, no. Más bien parecen haber sido muy selectivos con ese expediente
para aportar sólo aquellos documentos que no impliquen que el cardenal Rivera
sabía sobre actos de pederastia de su sacerdote. Ése es el tema en litigio en
la demanda en su contra actualmente en Los Ángeles. El juez Elihu M. Berle no tiene
manera de saber qué cosas del expediente se retuvieron o no; está a miles de
kilómetros. No tiene realmente medidas de apremio.
Cosa muy diferente es el
caso del cardenal Mahony, quien, por ley tuvo que entregar a la Corte todos los
documentos que le solicitó el juez. De no hacerlo pudo incurrir en desacato y
al esconder un documento importante podría haber sido indiciado por obstrucción
de justicia.
Los archivos
confidenciales
El primer —ahora
legendario— carteo entre Norberto Rivera y el cardenal Roger Mahony
inició en marzo de 1988. Los documentos son ahora públicos. El día 4 de marzo,
Mahony le escribía a Rivera, aún obispo de Tehuacán, informándole de la
desenfrenada pederastia de Nicolás Aguilar y solicitando su ayuda para
localizarlo urgentemente. Ésta es parte de la dramática carta:
Muy estimado Monseñor Rivera Carrera
Le escribo a Vd. tocante a la situación
grave y urgente del Pbro. Nicolás Aguilar Rivera, Sacerdote incardinado en la
diócesis de Tehuacan, Pue., México […] le he escrito a avisarle de las acciones depravadas y criminales de este
sacerdote durante su tiempo aquí en la Arquidiócesis de los Ángeles,
California. Es casi imposible determinar precisamente el numero de jóvenes
acólitos que el ha molestado sexualmente, pero el numero es grande…
El cardenal mexicano
respondió 12 días después aduciendo que el ya le había advertido de “la
problemática homosexual” de su cura. Es difícil saber si para el cardenal
Rivera homosexualismo y pederastia son sinónimos, pues la misiva de Mahony era
un reclamo de crímenes contra niños, no una disertación de moralidad. He aquí porciones de su carta,
que iba firmada y membretada, del 17 de marzo de 1988. Subrayado del autor.
Muy estimado Monseñor Mahony:
Al recibir hoy su carta doy contestación
inmediatamente para agradecerle la información que me da sobre el Padre Nicolás
Aguilar Rivera. Ha sido muy doloroso para mi recibir estas informaciones por
parte de la Curia y por la prensa de Estados Unidos y de México […] usted comprenderá que no estoy en la
posibilidad de localizarlo y mucho menos de poder enviar por la fuerza a que
comparezca en los tribunales […] En
la carta de presentación del 27 de febrero de 1987 incluí una fotografía de
identificación y en carta CONFIDENCIAL del 23 de marzo del mismo año le hice un
resumen de la problemática homosexual del padre.
Norberto Rivera C.
Obispo de Tehuacán.
El cardenal angelino negó a
los pocos días haber recibido dicha carta confidencial e implora en
otra epístola a Rivera Carrera enviársela de nuevo. Asimismo, en su texto hace
una seria insinuación respecto al engaño de Norberto al enviarle al cura a su
diócesis por supuestos “problemas de salud”, sin revelar que era un peligro.
La carta del 30
de marzo, con firma y en papel de la Arquidiócesis de Los Ángeles, esta escrita
originalmente en español. Se reproduce en su totalidad para tratar de capturar
el pathos del discurso.
Muy Estimado Monseñor Rivera:
Acabo de recibir hoy mismo su atenta carta
con la fecha de 17 de marzo de 1988. Quiero responderle a Vd. inmediatamente
porque yo estoy sorprendido y trastornado por estas palabras en su carta: “En
la carta de presentación del 27 de enero de 1987 incluí una fotografía de
identificación y en carta CONFIDENCIAL del 23 de marzo del mismo año le hice un
resumen de la problemática homosexual del padre”. Quiero decirle que yo no he
recibido ninguna carta de Vd. con la fecha del 23 de marzo de 1987, ni otra
información tocante a la “problemática homosexual del padre”.
Yo le mando una copia de su carta
del 27 de enero de 1987, con la fotografía de identificación. En esta carta Vd.
me escribió: “Por motivos familiares y por motivos de salud el padre Nicolás
Aguilar Rivera, cura párroco de Cuacnopalan, Pue., perteneciente a esta Iglesia
de Tehuacán, desea permanecer por un año al servicio de la arquidiócesis de Los
Ángeles”. Basado en sus palabras “Por motivos familiares y por motivos de salud”
yo acepté al padre Nicolás Aguilar Rivera para servir aquí en esta
arquidiócesis. Estoy muy confundido, porque en la carta del 27 de enero de
1987, Vd. no mencionó ningún otro problema personal de la parte de este padre
Aguilar. Si usted me hubiera escrito que el padre Aguilar tenía algún problema
“homosexual”, le aseguro que no lo hubiéramos recibido aquí en esta
arquidiócesis. Tenemos aquí en la arquidiócesis de Los Ángeles un plan de
acción bastante claro: no admitimos ningún sacerdote aquí con cualquier
problema homosexual.
Es tan urgente que usted me
mande, por favor, una copia de esta carta con la fecha 23 de marzo de 1987. No
la hemos recibido, y ya es una situación muy grave, porque Vd. supo el 27 de
enero de 1987 que el padre Aguilar tenía problemas homosexuales, y no compartió
esta información conmigo ni con los oficiales de nuestra arquidiócesis de Los
Ángeles en su primera carta. No puedo acentuar que ya tenemos una situación mas
grave porque yo hice una decisión de dar al padre Aguilar un nombramiento
temporáneo aquí, basado en su carta del 27 de enero de 1987.
Voy a compartir con la policía de
Los Ángeles su carta del 17 de marzo de 1988, y espero que ellos puedan
ubicarlo allá en México.
Le pido a usted que todos los
sacerdotes de la diócesis de Tehuacán oren por los niños y jóvenes afectados
por las acciones del padre Aguilar.
Sinceramente en Cristo:
Revdmo. Roger Mahony
Arzobispo de Los Ángeles
De la carta anterior se
deduce, por la manera discursiva, que el cardenal Mahony está desesperado y
desconcertado. Si entonces recibió la carta de advertencia que ahí niega, es,
por supuesto, un gran embustero y la carta, sólo un melodrama.
La carta perdida
Genuino o no, el ruego de
Mahony no fue respondido. Hasta hoy sostiene que nunca recibió de parte de
Norberto Rivera la citada carta de “advertencia”, ni antes, ni después de
solicitársela. El Dallas Morning News también solicitó al
cardenal Rivera una copia mientras elaboraba un reportaje de gran despliegue
que publicó en el verano de 2004. No obtuvo respuesta. Hoy, 20 años después,
una orden de la Corte Superior de Los Ángeles, permite que la carta perdida
emerja de los laberintos del pasado. Ha aparecido una carta —copia—
confidencial de archivo de Norberto Rivera. Éste es el polémico texto,
preservando sus distintivos originales.
Marzo 23 de 1987.
Excmo. Sr. Arzobispo
Don Rogelio Mahony
1531
West Ninth Street
Los Angeles, CA 90015-1194
U.S.A.
CONFIDENCIAL.
Excelentísimo Señor:
Lo saludo atentamente deseándole toda clase de bendiciones en
el Señor.
Quiero presentar a usted al
Sr. Pbro. Nicolás Aguilar Rivera el cual pidió permiso por un año para ausentarse
de esta Diócesis y trabajar en la Arquidiócesis de los Angeles, California.
El Padre Nicolás Aguilar
Rivera venia desempeñando muy laudablemente su trabajo en la Parroquia de
San Sebastián Cuacnopalan. Es un sacerdote estimado por sus compañeros
sacerdotes y por el pueblo al cual sirvió.
Lo que causó su
salida de la Parroquia fue una agresión física muy delicada, se sospecha que
detrás de los conflictos que provocaron esa agresión física hay problemas
de homosexualidad. Las acusaciones sobre homosexualidad del Sacerdote son
varias sin que se haya comprobado ninguna, todo ha quedado a nivel de
acusaciones y de sospechas.
Aprovecho la oportunidad para
encomendarme a sus oraciones y repetirme de usted su hermano y servidor.
NORBERTO RIVERA C.
OBISPO DE TEHUACAN
C.C. a Mons. Thomas Curry, Vicario General del Clero.
CONFIDENTIAL
— ¿Qué opiniones
hay sobre la llamada carta perdida que hoy sale a la luz?
El periodista Rodrigo
Vera prosigue:
—La carta
vino a aparecer entre los nuevos documentos que la Corte Superior de Los
Ángeles puso a disposición de las víctimas del padre Aguilar muy recientemente;
es un documento interesante, pero hay reservas en cuanto a su autenticidad
—subraya el periodista— Es una presunta copia que quedó en el
archivo del entonces obispo de Tehuacán, no tiene su firma ni sello ni membrete alguno. Es un escrito a máquina
que tiene al final el nombre de monseñor Rivera.
Vera tiene
razón. Sin firma, sin membrete, carece de valor jurídico. En cambio, las otras
cartas de ambos cardenales que ya se han citado, tienen sus respectivas firmas,
van en papel oficial y han sido aceptadas como legítimas por ambos prelados
ante la Corte.
Mahony, en 1988, negó
vehementemente haber recibido la confidencial carta perdida, Norberto Rivera lo
asevera por escrito. El choque entre los dos cardenales se dio hace casi 20
años. Siempre llamará la atención que en el contexto de un juicio tan delicado,
surja el misterioso documento como por arte de magia. Uno de los problemas es
que no emana de los archivos de la Arquidiócesis de Los Ángeles, la cual tiene
la lupa de la Corte Superior encima, sino del distante archivo de Rivera
Carrera. De los archivos en donde sólo se habría seleccionado enviar
—¿tal vez fabricar?— lo que favoreciera la imagen del cuestionado
cardenal mexicano.
Una prueba
pericial podría ayudar a resolver el dilema, examinando la composición y el
tiempo de oxidación del papel, el tipo de tinta utilizado y otros aspectos
estándar en un laboratorio forense. Eso acreditaría, al menos, la antigüedad y
que no fue escrita mucho después de 1988, en alguna maquina vieja, como sucede a
menudo con las falsificaciones burdas.
Si al menos eso
se descarta, sería más plausible que, en efecto, Rivera Carrera sí hubiese
enviado la carta confidencial al cardenal Mahony y, como sucede en el correo,
simplemente, ésta se perdiera y no la haya recibido nunca. No obstante, es
difícil imaginar que una correspondencia confidencial de tanta relevancia no
haya alcanzado su destino, que no se haya corroborado su recepción, sobre todo
por su trascendencia en un momento tan delicado en el que se jugaba la reputación
de un obispo que pronto sería cardenal como Norberto Rivera; y cuando estaba en
la línea, a su vez, la reputación del cardenal de la arquidiócesis más grande
del mundo, con más de 4 millones de católicos a su cuidado.
Surge al igual
la duda de por qué entonces no le mandó Norberto Rivera después una copia
cuando el cardenal Mahony se la solicitó por escrito con inusual insistencia
debido a la presión de los detectives de la policía californiana. Quizás, después de todo, en ese
entonces la carta perdida no existía.
Mahony nombra vicario al
padre Nicolas
Lo que ocurrió después fue
de cualquier manera trágico. Después de la fecha de envío de la confidencial
carta perdida, otro documento, cuya autenticidad no ha sido cuestionada, registra la asignación del cura
Nicolás a la parroquia de Our Lady of Guadalupe por instrucción directa del
cardenal Mahony. Está fechada el 25 de marzo de 1987 y redactada en inglés por
el vicario, para el clero de la Arquidiócesis de Los Ángeles, Thomas Curry.
Es preferible
no traducirla para no perder dos o tres puntos finos del texto original, pues
podrían tener para Rivera y Mahony implicaciones legales. Es la designación
oficial del pederasta para oficiar como sacerdote en una parroquia hispana.
ARCHDIOCESE OF LOS ANGELES
1531 WEST NINTH STREET
LOS ANGELES. CALIFORNIA 90015-1194
(213) 251-3200
OFFICE OF VICAR FOR CLERGY
(213)
251-3284
March 25, 1987
Rev. Nicolas
Aguilar-Rivera
Our Lady of Guadalupe Church 4509 Mercury Avenue
Los Angeles, CA 90032
Dear Father Rivera:
This will confirm
your appointment as ASSOCIATE PRO TEM of our Lady of
Guadalupe Church, Los Angeles, effective March 16, 1987.
It is understood
that the Most Reverend Ordinary of Los Angeles, Archbishop Roger Mahony, is
accepting your ministerial services in this jurisdiction in accord with the
provisions of Canon 271, #1,2,3, i.e., your proper Ordinary has given his
permission for your presence in this jurisdiction for a specified time, which
may be renewable or terminated, and that you will remain incardinated in your
own proper Diocese.
Enclosed are full faculties of the Archdiocese of Los Angeles. These
faculties expire October 31, 1987, at which time a written request for their
extension will be necessary.
With personal best wishes, I
remain Sincerely yours,
(Rev. Msgr.) Thomas J. Curry Vicar for Clergy
/lbm
Enclosure
cc: Most Rev. Norberto Rivera, Bishop of Tehuacan Rev. William McLean
Most Rev. Juan Arzube
Rev. Joseph Pina, V.F.
De esta carta se puede decir mucho, sólo es posible aquí remarcar tres cosas. En el segundo
párrafo subraya que se aceptan los servicios ministeriales de Nicolás Aguilar
(en calidad de presbítero) en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe en Los
Ángeles, por aprobación directa del mismo cardenal Mahony. Segundo, el texto
señala, sin embargo, que Aguilar seguía incardinado en su propia diócesis, o sea
subordinado al obispo de Tehuacán, y añade que Norberto Rivera dio su permiso
oficial para que el nombramiento fuese posible. Tres, se registra copia de
envío de la misiva para el entonces obispo Rivera Carrera.
De allí comienza, ya
oficializada con un nombramiento, la racha depredadora del multipederasta en
California. Entre la parroquia de
Nuestra Señora de Guadalupe y la de Santa Agatha, a la que, de acuerdo con otro
documento oficial, fue asignado también como vicario sólo dos meses después, el
padre Nicolás agredió sexualmente al menos a 26 niños hispanos.
De acuerdo con
la demanda civil presentada por Jeff Anderson, el cardenal Mahony es
responsable de la fuga de Aguilar de vuelta a México, la noche del 9 de enero
de 1988, para lo cual contó con la asistencia de religiosos de la
Arquidiócesis. Durante las 24 horas previas a la escapatoria, Mahony contactó a
Norberto Rivera, en la Diócesis de Tehuacán para informarle de los abusos. Fue
hasta dos días después que gente de Mahony reportó la pederastia del padre
Aguilar al Departamento de Policía de Los Ángeles. Tiempo suficiente para
que pusiera mucha tierra de por
medio.
Licencia para violar.
Nuevos documentos.
La lógica jurídica de la
demanda de Joaquín Aguilar y el bufete de Jeff Anderson se sustenta en que si
Mahony no hubiese impedido la acción de la justicia estadounidense, el padre
Nicolás habría ido a parar a una cárcel, en vez de a la parroquia del Perpetuo
Socorro, en la colonia Torreblanca, de la Ciudad de México, en la que reapareció
como vicario en 1992. Allí fue que conoció a Joaquín cuando éste tenía sólo 12
años. Un año y medio más tarde lo violó de manera salvaje en las instalaciones
de la Iglesia de San Antonio de las Huertas, ubicada en Calzada México-Tacuba,
del Distrito Federal.
La
demanda del civilista Jeff Anderson recalca que Norberto Rivera estaba
plenamente informado, primero como su obispo de Tehuacán y luego como arzobispo
primado de la Ciudad de México, de la conducta delictiva del sacerdote y no
nunca hizo nada para impedir que violara a más niños.
Hay nuevos
documentos que confirman que al pederasta se le protegió en su huida a la
Ciudad de México y contó con todas las facilidades y la infraestructura de la
Iglesia. Una carta resume su acogida en la Ciudad de México.
El 17 de diciembre
de 1993, Rutilio Ramos, vicario general del entonces arzobispo de la Ciudad de
México envió esta carta “por mandato especial del señor arzobispo primado”, al
padre Nicolás.
El subrayado al final es del autor.
93/1027-2
ARZOBISPADO DE MÉXICO
Mons. RUTILIO S. RAMOS RICO
Vicario General
por mandato especial del Señor Arzobispo Primado
Al P.
NICOLAS AGUILAR RIVERA
Domiciliario de TEHUANTEPEC
p.m.a.c. de la 2°. V. E.
Por
estas letras nombro a Usted VICARIO PARROQUIAL de la iglesia de NUESTRA
SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO (21360) Col. Torreblanca a tenor de los cánones 545
- 552.
Le concedo las facultades ministeriales ordinarias por el tiempo de UN
AÑO.
Por
lo que se refiere a las facultades de celebrar dos, tres o cuatro Misas,
conforme a las normas respectivas, habrá que obtener la autorización del
Párroco o Rector: de la iglesia donde Usted vaya a ayudar en ese ministerio.
De
conformidad con el c. 1111 le concedo delegación general para asistir a los
matrimonios dentro de los límites de la antedicha Parroquia; para que sea
válida la delegación de esta facultad, Usted siempre delegará a la persona que
vaya a asistir "ad casum", para cada matrimonio.
Lo que comunico a Usted para su conocimiento y fines consiguientes,
Curia del Arzobispado de México, a 17 de Diciembre de 1993.
Mons.
RUTILIO S. RAMOS RICO
Vicario
General
Pbro. Dr. Gerardo Sánchez Sánchez
Vice-Canciller
NOTA: Recuerde Padre
que los primeros días de Diciembre de 1994, Ud.
debe traer el permiso
de su Obispo, indicando el tiempo determinado
durante el cual Ud. radicará en México.
La nota subrayada arriba es
clave. Los primeros días de diciembre de 1994, el multipederasta tenía que
tramitar un nuevo permiso de su obispo —Norberto Rivera—. El mismo
Rivera decidiría cuánto tiempo seguiría viviendo en México. La subordinación
jerárquica nunca cesó.
Se debe remarcar que fue
precisamente en esta parroquia donde Nicolás Aguilar conoció a Joaquín a los 12 años para
posteriormente violarlo.
Otra carta más, un año más
tarde, le da otro nombramiento al pederasta serial —parece casi una
promoción— para otra parroquia, la de San Miguel Arcángel, en la colonia
Chapultepec. Norberto Rivera sustituyó a Corripio Ahumada como arzobispo primado
de la Ciudad de México. El texto completo de la carta en poder de la Corte Superior de Los Ángeles dice:
ARZOBISPADO DE
MÉXICO
Mons.
RUTILIO S. RAMOS RICO
Vicario General
por mandato especial del Señor Administrador Diocesano de México
Al
P. NICOLÁS AGUILAR RIVERA, Domiciliario de Tehuacán
p.m.a.c. de la 2a. V. E.
Por estas letras nombro a Usted VICARIO
PARROQUIAL de la Iglesia de SAN MIGUEL ARCÁNGEL (24100), Col. San Miguel
Chapultepec, a tenor de los cánones 545 - 552.
Le concedo las facultades
ministeriales ordinarias hasta el 31 de Diciembre de 1995.
Por lo que se refiere a las facultades de
celebrar das, tres o cuatro Misas, conforme a las normas respectivas, habrá que
obtener la autorización del Párroco o Rector de la iglesia donde Usted vaya a
ayudar en ese ministerio. Y le recuerdo la solicitud
y caridad que debe tener por todos sus enfermos.
De conformidad con el c. 1111 le concedo delegación general para
asistir a los matrimonios dentro de los límites de la antedicha Parroquia; para
que sea válida la delegación de esta facultad, Usted siempre delegará a la
persona que vaya a asistir "ad casum", para cada matrimonio.
Lo
que comunico a Usted para su conocimiento y fines consiguientes.
Curia
del Arzobispado de México, a 10 de Febrero de 1995.
Pbro. Dr. Gerardo Sánchez
Vice-CANCILLER.
Mons. RUTILIO S. RAMOS RICO
Vicario General
No parece haber existido
contratiempo alguno en solicitar sus prórrogas a su obispo Norberto Rivera,
como era el requisito. Aparte de la carta anterior hay otra prueba. En el
Directorio Eclesiástico de México, edición de 1995 Nicolás Aguilar aparece como
sacerdote de la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Lago
Ayarza 35, colonia Torreblanca., cerca de Tacuba. El cargo es específico:
vicario en la Arquidiócesis de la Ciudad de México. El Directorio es una
publicación oficial de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Su aparición ahí indica que la
jerarquía no lo consideraba prófugo, ni mucho menos. Eso implica que sus
privilegios como sacerdote estaban intactos.
En 1995 sus superiores
sabían bien que el clérigo era buscado por la justicia de California por abuso
sexual contra 26 niños. Su obispo en esas fechas era el cardenal Rivera. La
Iglesia no deja a ningún sacerdote ser pastor en parroquias de otras diócesis
sin la autorización expresa y formal de su obispo. Las nuevas cartas confirman
el encubrimiento, pues expresamente solicitan un permiso que sólo podía dar
Norberto Rivera, a quien siempre estuvo subordinado Nicolás Aguilar. El
cardenal necesariamente tenía que
autorizar y saber dónde estaba el clérigo. Más aun con el antecedente del
fuerte reclamo de Mahony en 1988 y las continuas presiones de la policía de
California para procesarlo penalmente por abuso sexual agravado.
Protección de lo alto:
Huesca y el cardenal Castrillón Hoyos
Aquellos letales permisos
para que el multipederasta pastoreara en la Ciudad de México fueron concedidos
en 1994 y 1995, hace doce años. Luego se le pierde el rastro brevemente. Para
1997 aparece como párroco a las afueras de Tehuacan, Puebla. Dura poco ahí
porque abusa sexualmente de 60 menores en solo un año.
La voracidad
del padre Nicolás estaba fuera de control.
Algunas
familias afectadas acuden a las autoridades a buscar justicia. Aunque se le
abre un proceso penal al cura, no la hallan. En 1999, Nicolás se refugia de
nuevo en la Ciudad de México, oficiado misas.
Norberto Rivera era el arzobispo de su parroquia. En 2004, el padre Nicolás
declara en una entrevista—sin rubor ni estrés—que oficiaba misas en
Cuernavaca y en la arquidiócesis de Puebla. ¿En donde esta ahora? Los que hoy tienen qué preocuparse son
los niños de Puebla en comunidades de la Sierra Negra y Zoquitlán, donde
Nicolás Aguilar esta como sacerdote y preside primeras comuniones. Ni el
cardenal Norberto Rivera ni nadie del Vaticano les han avisado que un sociópata
con licencia de clérigo es su pastor. Y que ellos lo pusieron.
No son
rumores que la Ciudad de México y el estado de Puebla son las guaridas predilectas
de Nicolás Aguilar. Rosendo Huesca es el arzobispo de esa zona y está
perfectamente enterado. Monseñor Huesca ha otorgado las licencias
correspondientes al pederasta para ejercer como sacerdote en su diócesis. Así
lo acreditan documentos oficiales que habían permanecido ocultos. En 2001, el cura Nicolás volvió al
estado de Puebla, donde sólo cinco años antes el prelado Teodoro Lima reconoció
que éste había abusado sexualmente de varias decenas de menores. Esta vez se
domicilia en Santa Clara Huitziltepec, al amparo del párroco Gilberto Nájera.
De inmediato,
Nájera envió una carta al Vaticano, con fecha del 12 de marzo de 2001, firmada
por él y el mismo padre Aguilar. Dirigida a Darío Castrillón Hoyos, máxima
autoridad del Vaticano sobre el clero católico, la misiva explica que “por
motivos de salud” el padre Nájera ha recibido “a un hermano sacerdote” de “la
Diócesis de Tehuacán, Puebla”, y solicita las autorizaciones correspondientes
para que Nicolás Aguilar pueda oficiar misa, dar absoluciones y ejercer su
puesto de sacerdote en la nueva parroquia.
Roma respondió
con inusual diligencia y, pese al récord de ignominia del pedófilo, el
arzobispo de Puebla, Rosendo Huesca, le envió a Nicolás —con caravanas y
ceremonias— la autorización para oficiar en su nuevo escondite. No hay
mención de restricción alguna en su ministerio. La autorización es renovable
cuantas veces lo quiera. Nadie alerta, como es costumbre, a los menores y a las
familias. El texto, con rúbrica del canciller del arzobispo de Puebla,
comunica así al pederasta su oficial nombramiento:
SECRETARIA
DE CAMARA Y GOBIERNO
DEL
ARZOBISPADO DE PUEBLA
Asunto Permiso de ejercer el ministerio en Huíziltepec
NUM Reg. 274-01-G
Señor Presbítero Don Nicolás Aguilar Rivera,
Presente
El Señor Arzobispo de
Puebla Dr. Dn Rosendo Huesca Pacheco, mi muy digno Prelado, en el acuerdo de
este día, conforme a la petición que usted le hace, ha tenido a bien concederle
ejercer el ministerio sacerdotal en la Parroquia de Santa Clara Huitziltepec,
ayudando al Párroco Sr, Cura Dn. Gilberto Nájera Nájera, durante 2 meses partir
de la fecha del presente documento, renobables [sic] a petición expresa hecha
por escrito.
Lo que
comunico a Usted para su conocimiento y fines consiguientes.
Dios Nuestro
Señor guarde a Usted por muchos años.
Puebla, Pue. a 2 de Abril de 2001
Alfonso
Mejorada
Canciller
Al margen de cuestiones de
protocolo, nótese el exceso de
palabras honoríficas, tantos títulos ceremoniosos: “señor”, “presbítero”, “don
Nicolás Aguilar”. ¿Quién es este sujeto? ¿Qué no se trata de un peligroso
violador serial?, ¿de un cínico delincuente? ¿No lo había buscado la justicia californiana por ultrajar a
26 niños hispanos en dos parroquias? ¿Y los 60 menores de la Diócesis de Tehuacán? ¿Y los que, como a
Joaquín, violó cuando era sacerdote en la Ciudad de México? Vaya si tienen
fuero las sotanas.
Así, el cardenal
Darío Castrillón Hoyos en el Vaticano y monseñor Rosendo Huesca Pacheco
aprobaron la continuación del ministerio del Señor Presbítero Don Nicolás
Aguilar, y de paso le echaron la bendición obispal: Dios Nuestro Señor guarde
a Usted por muchos años. ¿Por muchos años?
Obispos silenciosos
La máxima pena que contempla
el derecho canónico para un cura que haya violado a uno o a mil niños es
“reducirlo al estado laical”. Al margen de la ofensa implícita en la idea de degradarlo —como
si ser “laico” fuese un castigo y ser clero, una monarquía—, la pena,
codificada en la era feudal europea, es ridícula. Pero es algo, y salvaguardaría en alguna medida a más niños
si el pederasta no los acechara amparado en su estatus de sacerdote en
funciones.
Sin embargo,
sus superiores, como es manifiesto, ni siquiera han iniciado un juicio
eclesiástico (ni se ve que tengan el menor interés en hacerlo).
Hoy en día, la
máxima pena que puede imponer la Iglesia a un católico, es la excomunión.
¿Alguien ha oído hablar a los altos cardenales y obispos mexicanos aunque sea
de esa posibilidad en el caso del padre Aguilar? No. El Vaticano excomulga a
algunos por disidencias, por pensar diferente. ¿Por violar menores? El Vaticano ni se inmuta. Se dice que
una mujer católica divorciada no debe tomar la comunión. ¿Un vicario pederasta?
Ese sí puede, la toma, y hasta de sus pías manos la reparte a los fieles de su
parroquia.
¿Que han hecho al respecto
los obispos mexicanos? Son ellos los primeros que, de acuerdo al discurso,
deberían estar preocupados por los niños, las familias, los valores morales.
Volvemos con el especialista Rodrigo Vera, quien responde sin ambages.
—¿Los
obispos mexicanos se han pronunciado de manera oficial sobre los muchos casos
de pederastia del padre Aguilar?
—No ha
habido ninguna declaración en la que los obispos de manera colegiada reprueben
públicamente las acciones de Nicolás Aguilar.
La información es
desconcertante. La Conferencia del Episcopado Mexicano no ha emitido, hasta
ahora, ni un solo comunicado al respecto, ni ha hecho pronunciamientos sobre un
cura pederasta que ha atacado a alrededor de cien niños católicos. El dialogo prosigue:
—Los
obispos católicos en otros países han hecho pronunciamientos públicos sobre
esta problemática y están tomando medidas. Incluso se ha suspendido a más de
500 sacerdotes de sus funciones por pederastia en Estados Unidos estos últimos
años ¿Qué pasa con la jerarquía en México?
—La
cultura clerical de nuestro país es de tradiciones muy arraigadas, tiene muchas
reglas no escritas. Por ejemplo, hablar en publico sobre el caso del padre
Nicolás Aguilar y la denuncia en California contra el cardenal Norberto Rivera
por encubrimiento no es bien visto por muchos. Se debe recordar que él es el
arzobispo primado de la Ciudad de México, y de hecho, se ha formado una
corriente de pensamiento para defender su figura. Se cree que el escándalo está
dañando no sólo la imagen personal del cardenal, sino que hablar del tema es
atentar contra la mexicanidad misma, pues se trata del arzobispo primado de la Ciudad
de México, la primera jurisdicción eclesiástica establecida en suelo nacional.
—¿Por eso
el silencio del episcopado mexicano?
—Bueno, también hay una cuestión
de orgullo, de supremacía clerical que menosprecia a los laicos y las leyes
civiles. Te lo ilustro con una anécdota: durante la asamblea del Episcopado de
2002, estábamos en la conferencia de prensa con el arzobispo Sergio Obeso
Rivera. Era cuando estaba en los medios el escándalo de la Diócesis de Boston.
Cuando se le pregunta al arzobispo si tenían los obispos mexicanos conocimiento
de casos de sacerdotes pederastas en nuestro país, Obeso Rivera responde a los
medios con mucha naturalidad aquella frase que luego se hizo famosa: “La ropa
sucia se lava en casa”. Fue una respuesta lamentable que evidencia una idea de
supremacía clerical que no rinde cuentas a la sociedad.
En la tierra del góber
precioso
La creatividad —a menudo
tardía— de los jerarcas para proteger la imagen institucional de la
Iglesia, puede ser asombrosa. En contraste, esta misma es nula cuando se trata
de proteger a los niños de sus sacerdotes pederastas. Se le apuesta a
confundir, a crear cortinas de humo, a medrar con el desconocimiento de los
laberintos de las leyes eclesiásticas y civiles. Cuando el cardenal Norberto
Rivera rindió su declaración, el 8 de agosto de 2007, ante el enviado del juez
Elihu M. Berle, de la Corte Superior de Los Ángeles para indagar sobre el
encubrimiento al padre Nicolás, hubo alarma en la curia.
La sesión, llevada a cabo en
la Ciudad de México, duró ocho horas e incluyó preguntas de los abogados del
joven abusado, Joaquín Aguilar.
La relación de la jerarquía
con el padre Nicolás en ese crítico momento vino a ser objeto de escrutinio por
una corte de justicia en la que el cardenal tiene poca o cero influencia
política. Entonces vinieron las
tretas para despistar, si no al tribunal californiano, por lo menos a los
mexicanos. El equipo de Rivera Carrera se había preparado con antelación. Sus
abogados le informaron que el tribunal californiano revisaría con peculiar
atención sus vínculos diocesanos con Nicolás.
De 1986 a 2006 —20 largos años— el cardenal había
mostrado a cielo abierto su poderío, manteniendo en distintos puestos a su
protegido, sin sensibilidad ante los ruegos de madres de familia y víctimas
como el mismo Joaquín, que desfilaron por los pasillos de la burocracia de la
Arquidiócesis en busca de justicia y de un oído humano.
Joaquín, el valeroso ciudadano
mexicano que contra viento y marea
se atrevió a ir a buscar justicia a un tribunal fuera del país, pues sabe por
experiencia propia que en México un arzobispo es intocable, logró algo inédito:
que dos cardenales fueran llamados a cuentas por una juzgado civil. Si un simple cura es hasta la fecha
protegido hasta por las autoridades civiles de Puebla, es inimaginable que en
nuestro feudal país alguna vez se llame a cuentas a un príncipe de la
Iglesia. Lo logró por la vía de un
juzgado en California ¿Tiene realmente fronteras la justicia?
Ahora convenía al cardenal y
su camarilla distanciarse —así fuese simuladamente— de su
multipederasta poblano. En especial, distanciarlo de la Diócesis de Tehuacán,
donde Norberto Rivera había sido obispo cuando tantos delitos cometió su amigo
Nicolás.
En una tardía maniobra de
maquillaje y “control de daños”, el ahora obispo de Tehuacán, Puebla, Rodrigo
Aguilar Martínez, envió una carta oficial a la Secretaría de Gobernación, el 18
de diciembre de 2006, informando que el padre Nicolás Aguilar Rivera “no está
trabajando actualmente” en esa Diócesis. Precavido, aclara, por aquello de que
su carta alguna vez fuese usada en un tribunal, o publicada: “Desconozco el
domicilio actual” del párroco violador. Luego asevera, categórico, sin que se
lo requieran, que el padre Aguilar “no tiene su domicilio” en la Diócesis de
Tehuacán. Por supuesto que es de
preguntarse cómo es que alguien que ignora por completo el paradero de otra
persona, puede estar al mismo tiempo seguro de que no vive en muchos kilómetros
a la redonda, pero eso es otro asunto o, quizás, cuestión de
clarividencia. “No se ha
comunicado con nosotros para ser reintegrado”, prosigue el obispo, y concluye
con una petición:
Por
estas razones y por las denuncias que ha habido en su contra, de todos
conocidas, solicito sea cancelado del registro de la Diócesis de Tehuacán ante
esta Subsecretaría a su digno cargo.
El lenguaje de la carta es
amañado. De una lectura sin contexto, pudiera inferirse que se ha dado de baja
al padre Nicolás como sacerdote debido a las denuncias y que se notifica a la
autoridad civil que el señor ya no es presbítero ni cura ni nada. La realidad es
otra: hay pruebas fehacientes de que Nicolás sigue siendo sacerdote y
presbítero. La carta, en realidad, sólo estaba pidiendo que se le de diera de
baja del registro de sacerdotes pertenecientes a la Diócesis de
Tehuacán que lleva el gobierno federal.
La Secretaría de Gobernación
respondió afirmativamente a la petición con un oficio, el 12 de enero de 2007,
por medio del área de registros de la Dirección General de Asociaciones
Religiosas.
El nombre del cura es dado de baja de una de las miles de asociaciones
religiosas que la Iglesia tiene registradas en México (cada diócesis suele
tener una, las órdenes religiosas las suyas, etcétera). Nada impide que mañana
lo den de alta en cualquier otra (así ha sucedido a lo largo de 20 años). El
caso es que el padre Nicolás sigue siendo sacerdote en los registros del
Vaticano y en los internos de la Iglesia Católica de México.
Sólo 13 días más tarde de la
“baja”, el 24 de enero de 2007, el cura aparecía— todo sonrisas y en
blanca sotana— fotografiado en un reportaje en primera plana de un diario
regional de Tehuacan, luego de oficiar misa en el estado de Puebla.
Si los reporteros pueden
localizarlo y fotografiarlo con facilidad, se entiende que la Policía Judicial
de Puebla lo podría ubicar y arrestar. Aun existe una orden de aprehensión
vigente por el caso de los menores
abusados sexualmente en 1997 en la Diócesis de Tehuacán. Pero el César de la
región es el góber precioso, de donde se sabe que la diligencia de su
Procuraduría de Justicia, se activa sólo bajo consigna, en casos “especiales”,
como cuando hay que ir a arrestar a una periodista incómoda hasta Quintana Roo
para quedar bien con el compadre Kamel. ¿Arrestar al sacerdote pederasta con
más víctimas en la historia de México? Eso no es de urgencia.
Volviendo al asunto de la
“baja” del sacerdote, todo se trató de una simulación para barnizar las
apariencias y timar a los creyentes y la prensa. El obispo Rodrigo Aguilar
había hecho ya algo similar en 1997, reporta Alma Muñoz de La Jornada: solicitó y obtuvo formalmente la baja del registro
de Gobernación del mismo padre Nicolas. Como no es de pensarse que
se le volvió a dar de alta en Tehuacán —aunque tampoco se puede
descartar—, no se entiende por qué volverlo a dar de baja del listado de
ministros de culto que lleva la Secretaría de Gobernación. Para propósitos
publicitarios, es la respuesta.
La treta del ahora obispo de Tehuacán, surtió algún
efecto. En septiembre de 2007,
diarios regionales difundieron que el sacerdote “está impedido para oficiar, luego
que la Dirección General de Asociaciones Religiosas de la Secretaría de
Gobernación canceló su registro como ministro de culto.”
La noticia la dio en
televisión el mismo obispo Rodrigo Aguilar, citando la respuesta que recibió de
Gobernación. Desinformando a la opinión pública, simuló, como si por haber sido
borrado de una base de datos del gobierno, algo que él mismo solicitó, fuera
igual a ser suspendido y procesado por la Iglesia Católica, cosa que en 20 años
de depravación no se ha hecho con el pederasta. Si el obispo o el Vaticano lo
suspendieran o despidieran, ya sería público el documento eclesiástico.
Trampas para engañar a los
creyentes, eso fue el asunto de la “baja”. En la tierra del góber precioso, coto también
de cardenal Norberto Rivera, todo es posible.
Promociones al pederasta
Un caso como el de Nicolás
Aguilar no pudo nunca ocurrir sin la voluntad encubridora de varios jerarcas,
muy en especial del cardenal Norberto Rivera. En el mundo surrealista de los
curas pederastas la impunidad no sólo es posible, sino también redituable. Los nuevos
documentos de la Corte Superior de Los Ángeles parecen indicar lo inexplicable:
a pesar de su negra trayectoria, el padre Aguilar ha sido promovido a mejores
puestos. Del pueblo de Cuacnopalan, en 1986, saltó a ocupar la vicaria sucesiva
de dos parroquias en la importante Arquidiócesis de Los Ángeles, a inicios de
1987. Luego de su huída, reapareció en la capital de México con sendos permisos
arzobispales como presbítero. En 1995, fue nombrado vicario parroquial de la
iglesia de San Miguel Arcángel, en la colonia Chapultepec, por Corripio
Ahumada, quien, por su estado de salud en aquellas fechas, tal vez no supo de
sus negros antecedentes.
Atrás de los ascensos y
favores a Nicolás Aguilar se nota siempre una gestoría diligente, de alguien
con mucho poder. El último nombramiento del cura expiraba hasta el 31 de
diciembre de ese año, casi en 1996. Para entonces, Norberto Rivera había ya
sustituido a Ernesto Corripio Ahumada como arzobispo primado de la Ciudad de
México. De ahí, el pederasta brincó de nueva cuenta a Tehuacán, Puebla, siempre
como presbítero. Con el escándalo de 1997 —los 60 menores—bajó un
poco el perfil, pero reaparecería en 2001 con la senda recomendación de un
obispo muy amigo del Cardenal Rivera, Rosendo Huesca, en respuesta a la carta
al cardenal Darío Castrillón Hoyos en Roma. El sacerdote se estacionó entonces
con honores en Puebla, su estado favorito, en la parroquia de Santa Clara Huitziltepec.
El pederasta más infame de
la historia contemporánea, vive de las limosnas de la Iglesia y cobra por sus
sacros servicios. Es sacerdote en plenas funciones. Desde 1986, cuando se
publicaron por primera vez las agresiones sexuales contra 26 menores en Los
Ángeles, California, ha contado con todos los permisos oficiales para seguir
ejerciendo su ministerio sin restricción de ninguna clase. Su protector no ha
notificado jamás a las familias católicas de su voluminoso expediente delictivo
cuando llega a una nueva parroquia. Simplemente lo suelta de nuevo y los niños
quedan expuestos.
No importa que nueva
iniquidad cometa. A Nicolás Aguilar no le faltan nunca nuevos cargos,
nombramientos, honores, espaldarazos y espacios idóneos para delinquir contra
menores. Provoca azoro: Para ayudarlo en su via crucis, en 1997 se le
contrataron abogados defensores con recursos de la parroquia, o sea, dinero de
las familias de los mismos niños que abuso sexualmente.
En 2007 se exhibió
públicamente en Puebla oficiando primeras comuniones, bendiciendo comercios,
dando misas. Las fotos lo muestra sonriente, rodeado de menores en Zoquitlán.
El pederasta sonríe como quien sabe que se ha burlado de todos y de todo.
La pederastia lo promocionó
a más y mejores cargos en la Iglesia. En la sociedad, lo promocionó a
intocable.
El más infame de la
historia
Al igual que en el caso de
Joaquín, el padre Nicolás amenazó a los niños de Tehuacán con violar a sus
hermanos o con matar a sus familias, si decían algo. De eso han pasado diez
largos años y una tormenta de escándalos que van y vienen, mas el padre Aguilar
consagra aún la hostia con las mismas manos que violentaron cien inocencias en
20 años de desenfreno. El ex opere operato de la gracia, argumentarán
teólogos tradicionalistas, no se invalida: su ministerio es aun instrumento de
la divina gracia. El sujeto es un violador serial, un sociópata peligroso,
aseveran psiquiatras y criminólogos. El sacramento del padre Nicolás es uno: la
pederastia.
Al final del día la realidad
y el horror de sus acciones se nubla por el cargo que tiene: sacerdote
ordenado. Como por un sortilegio, la magnitud y alevosía de tantos delitos se
difumina, se diluye. Su principal encubridor, el cardenal Norberto Rivera, ha
tenido una forma curiosa de referirse a la conducta criminal de su protegido:
“Su enfermedad”.
Gaspar de Villarias, el cura
solicitante con que inicia este capítulo, acosó y abuso sexualmente de más de
90 mujeres en el siglo XVII. La Iglesia colonial le puso un alto tan pronto
supo de sus acciones. En contraste,
el padre Nicolás Aguilar no ha sido sujeto al más mínimo procedimiento
eclesiástico por sus complacientes jerarcas. Ni por su entonces obispo, el hoy
cardenal Norberto Rivera, quien vino a ocupar el cargo de arzobispo de la Ciudad de México; ni
por Rosendo Huesca, arzobispo de Puebla; ni por autoridad alguna del Vaticano.
Los obispos mexicanos se han pronunciado en contra de sus crímenes. No ha sido
expulsado. Más bien se le ha premiado con ascensos y promociones
No existe juicio
eclesiástico, no hay sanción contra el padre Aguilar por la violación de
Joaquín. Ni por cien agresiones sexuales a menores católicos.
Nicolás Aguilar no es otro
sacerdote pederasta más. Es el sacerdote que ha violado más niños en la
historia del México contemporáneo. Es el pederasta de pederastas. El manto
protector del cardenal Norberto Rivera le ayudó desde el principio y hoy es del
dominio público que la red de encubridores que ha hecho esto posible, llega
hasta las altas esferas del Vaticano.
Nicolás, un simple cura, ha
sido intocable. Cuánto poder. Cuánta impunidad. Un sacerdote. Cien niños.